Cierta vez le preguntaron a un sabio:
- ¿Qué es lo que diferencia a un ser humano de una bestia brutal?
Y el sabio contestó:
- El autocontrol.
El animal no puede controlarse a sí mismo: él es una criatura que se basa en sus instintos. El hombre, si así lo desea, puede controlar sus deseos y apetitos animales, su lujuria, su odio y su codicia. El hombre está creado para ser el amo de sus pasiones y no para ser dominado por ellas. Sin embargo, la mayoría de nosotros somos esclavos de nuestros deseos y apetitos animales.
En la hermosa escritura sikh Sukhmani hallamos estas palabras: "La mayoría de nosotros viste rostros humanos, pero nuestrs vidas no son mucho mejores que las de esas bestias brutales".
Un erudito se encontró con un mendigo, cuyas vestiduras eran harapientas y arrugadas y cuyos pies estaban manchados con barro; pero su frente era ancha y radiante, y sus ojos eran grandes y luminosos. El erudito quedó impresionado al ver el aspecto del mendigo y le preguntó:
- Cuénteme, ¿quién eres tú?
- Soy un rey - respondió. Al erudito le causó gracia:
- ¿Dónde está tu reino?, ¿quiénes son tus súbditos?
- Mi reino está dentro de mí - contestó el mendigo -.
Yo gobierno los sentimientos y las emociones, los sentidos y la mente.
¿Cuántos individuos podrían verdaderamente decir que son los amos de la ira, la lujuria y demás emociones bajas? La mayoría de nosotros no somos mejores que los animales. En verdad, vestimos rostros humanos, pero nuestras vidas no son mucho mejores que las de las bestias brutas. Ocurre una pequeña cosa y ya nos disgustamos e irritamos. Si una persona nos habla en un tono rudo, el color de nuestro semblante cambia automáticamente. También cambia si sufrimos pérdidas en los negocios y si nuestro sueño es perturbado.
De repente un ser querido se va de nuestro lado y por ese motivo perdemos la fe en Dios. Ésta es la triste condición de la mayoría de nosotros.
Alejandro el Grande, a punto de retornar de India, recordó que su gente le había pedido que trajera consigo un yogui indio. Emprendió su búsqueda y encontró un yogui sentado en medio de un bosque, debajo de un árbol, inmerso en su meditación. Silenciosamente, Alejandro se sentó frente a él.
Cuando el yogui abrió sus ojos, Alejandro descubrió que estaban siendo iluminados por una luz extraña. Le preguntó al yogui:
- ¿Vendrías conmigo a Greica? Te daré todo lo que necesitas. Una sección del palacio será reservada para ti. Muchos sirvientes esperarán para atenderte y cumplir tus órdenes.
El yogui sonrió y replicó:
- Yo no tengo necesidades. No necesito sirvientes para que cumplan mis órdenes. Y no tengo ningún deseo de ir a Grecia.
La negación del yogui molestó a Alejandro, y debido a esto se enfureció.
Desenvainó su espada y le dijo al yogui:
-¿Sabías que te puedo cortar en mil pedazos? Yo soy Alejandro, el conquistador del mundo.
El yogui sonrió nuevamente y le dijo en forma pacífica:
- Tú has hecho dos declaraciones. La primera es que me puedes cortar en mil pedazos. No es así, tú no puedes cortarme en pedazos. Lo único que puedes cortar es el cuerpo, que no es más que una vestidura que llevo. Yo soy inmortal, eterno. Y tu segunda declaración es que eres conquistador del mundo. Permíteme decirte que sólo eres un esclavo de mi esclava.
Intrigado, Alejandro dijo:
- No comprendo lo que me dices.
Entonces el yogui le explicó:
- La ira es mi esclava: ella está bajo mi control. Pero tú eres un esclavo de la ira. ¡Qúe fácil pierdes la calma! Por lo tanto, eres un esclavo de mi esclava.
Un rey iraní le dijo a un erudito:
- Dame un resumen de la vida humana en simples y pocas palabras.
El erudito pensó durante unas semanas. Luego se reunió con el rey y le dijo:
- Señor, aquí te describo, como pediste, la síntesis de la vida humana: uno nace; luego de pocos años uno crece, luego contrae matrimonio; luego uno engendra niños; luego uno muere.
¿Es esto todo lo que hay en la vida humana? Esas palabras describen el aspecto animal de la existencia humana. Pero el hombre es más que un animal. Es verdad que el hombre nace, igual que los animales. Crece con el correr de los años, al igual que los animales. El hombre contrae matrimonio. No estoy seguro de si los animales también contraen matrimonio, pero de hecho sé que hay un momento en el que una pareja de animales actúa como si fuese un matrimonio.
Cierta vez recibí de un hombre adinerado una tarjeta de invitación a una boda, a través de la cual invitaba a sus amigos al casamiento de su perro, que se casaba con un hembra de su especie pertenecientes a otro ricachón. La boda se iba a llevar a cabo en el Salón de los Cristales de un hotel cinco estrellas. Aunque parezca mentira, la boda se llevó a cabo.
El hombre engendra hijosy, luego de varios años, muere.
¿Es el hombre sólo un animal? ¿Es sólo esto que hay en la vida? ¿Hay algún otro elemento en la vida humana, que haga que nuestro nacimiento sea más valorado? Debemos elvarnos del estado de existencia animal al humano. Por lo tanto, debemos aprender la lección del autocontrol.
Una vez un viejo asceta arribó a un pequeño pueblo. con el correr de los días creó un gran impacto en la gente. ellos hablaban muy bien de él. "Él es tan tranquilo", se decía en el pueblo, "tan amable. Su forma de hablar es tan dulce. Es la gran imagen de la paciencia. Nunca hemos visto que perdiese su calma".
Un joven oyó que al pueblo había llegado este sadhu (hombre sagrado) y entonces decidió visitarlo junto con sus amigos. Él quería saber cuán paciente era este anciano.
El joven le dijo:
- Sadhuji, estoy necesitando fuego. ¿Me darías un poco?
- Hijo mío -replicó el asceta-, no tengo fuego. No lo necesito. Vivo de los alimentos que obtengo pidiendo limosna.
Sus amigos conversaban con el sadhu acerca de temas espirituales. De repente, el joven interrumpió la charla y dijo:
- Sadhuji, ¿no me darías un poco de fuego?
Una vez más el anciano contestó dulcemente:
- Hijo mío, ya te he explicado que en mi cabaña no hay fuego. No lo necesito.
Esto continúo. El joven siguió interrumpiendo al sadhu, una y troa vez, hasta que este último perdió su calma y se embraveció:
- ¡Otra vez te atreviste a interrumpirme! -gritó el asceta-. ¡Lárgate de mi cabaña, antes de que te saque yo mismo a patadas!
El joven aplaudió con sus manos y dijo:
- Sadhuji, éste es el fuego que yo quería.
Es decir, la ira parece vencer a quien menos imaginamos. Nadie está exento de caer en sus garras, a no ser que sea consciente de ese proceso y de cómo eliminarla para siempre de su vida.
Fuente: Libro "Elimine la ira antes de que ella lo elimine a usted" de J. P. Vaswani (Prólogo y Traducción Claudio María Domínguez)
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